Tierra de frontera (1/18)

PRIMERA PARTE: TIERRA DE FRONTERA


DIEGO, ENRIQUE Y RODRIGO

Lucía un sol espléndido en San Miguel. La primavera empezaba a mostrar sus primeros signos y la templada temperatura hacía disfrutar del aire libre.

Los juegos de los muchachos eran bastante violentos y esta vez los tres hermanos se estaban pasando.

Los tres hijos de Sancho hoy jugaban fuerte en la era de San Miguel.

– ¿Dónde estáis? ¡Gallinas! sonó la voz de Diego voz de forma brava.

Miró a un lado y a otro. Los idiotas no aparecían. Pasaron dos muchachas que iban a por agua a la fuente, le miraron y sonrieron. Las guiñó el ojo. Alto, fuerte, apuesto, de cabello negro y ojos verdes, herencia de su madre, bien sabía lo que sentían por él las mozas de San Miguel.

De repente, sintió un fuerte golpe por la espalda. Un muchacho de cabello castaño y ojos color de miel le mochaba como las cabras.

– Sigues siendo un mierda, Rodrigo –Diego le tomó de la cintura y le arrojó al suelo.

– Y tú un cabrón –respondió limpiándose el polvo de los labios.

Rodrigo era el niño que dieciocho años atrás Sancho había encontrado en Villainocencio, cuando fue arrasado, sin que se hubiera sabido por quien. Desde entonces le había criado como un hijo más. De cabello castaño y ojos marrones, no se parecía físicamente a sus dos hermanos de adopción.

Inesperadamente, se levantó y corriendo se arrojó a Diego. Los dos cayeron al suelo. Forcejearon y Diego quedó encima de Rodrigo. Éste se levantó.

– No puedes conmigo, estiércol dijo Diego con voz tranquila.

– ¡Vamos a ver si puedes con los dos! –sintió como algo le caía encima. Era el otro mierda de su hermano Enrique.

Enrique y Rodrigo se levantaron y tomando cada uno de un brazo a Diego le arrojaron al suelo y luego se tiraron encima de él. El forcejeo del combate en el suelo duró un tiempo y al final Diego se zafó de los dos. Arremetieron otra vez contra él. Pero esta vez arrojó a los dos al suelo, primero a Rodrigo y luego a Enrique.

Diego rompió a reír.

– ¡Parecéis niñas! ¡Ni siquiera los dos juntos podéis conmigo! dijo con voz entrecortada a causa de la risa.

Las muchachas que se dirigían a la fuente se habían parado a contemplar la escena, entre risas y cuchicheos.

– Viene vuestro padre –dijo una de ellas.

Los tres se miraron a los ojos. A lo lejos venía Sancho a caballo, seguido por un rebaño de ovejas.

Las jóvenes siguieron su camino, mientras los tres hermanos se miraron consternados, pensando que alguna reprimenda les iba a caer.

– ¡No habéis ido al prado! –gritó Sancho ¡toda la puñetera mañana esperando! ¡Estoy hasta los cojones de vosotros!

– Padre ¿habéis visto cómo luchan vuestros hijos? preguntó Diego con voz de burla, como si la bronca no fuera con él, por cierto, ¿tuvisteis hijos o fueron hijas?

– ¡Diego! sonó la potente voz de Sancho, ¡déjate de bobadas y ven aquí! ¡Tenemos que hablar de tu boda!

– ¿Qué boda? Diego puso cara de resignación.

– Diego... ¡no me toques más los huevos!

– ¡Vale ya, padre! Diego le interrumpió. ¡Está bien! ¿Cuándo queréis que me case?

Sancho se echó a reír de forma ruidosa.

– ¿Se puede saber de qué os reís, padre? –preguntó Diego con voz de enfado.

Sancho siguió riendo sin contestarle.

– ¡Responded ya de una vez! ¿Para cuándo queréis que me case con esa furcia?

Sancho dejó de reír.

– No me gusta que pienses así de tu futura esposa le dijo mirándole fijamente a los ojos. Elvira es una hermosa doncella, de una buena familia, su padre es una persona recta e íntegra y sin duda alguna será una buena madre para tus hijos. Y además que...

– ¿Además qué, padre?

– Además la escogiste tú, recuérdalo bien. Ya la conocías de niño y yo no te impuse nada.

Diego se encogió de hombros pensando en lo que poco que sabía su padre en la relación entre él y Elvira. De su infancia con ella sólo recordaba discusiones y peleas infantiles. De su adolescencia, besos a escondidas. Y del presente, gracias a ella saber lo que era el cuerpo de una mujer, aunque temía que el cuerpo de Elvira también lo conocieran otros hombres.

Sancho montó en el caballo y cuando iba a salir de la era, se volvió, dirigiéndose a su hijo.

– Te casarás la próxima primavera, Diego. Ya tengo ganas de ser abuelo.

Diego puso cara de desgana, como si el asunto no le interesara lo más mínimo. Una vez que marchó su padre, al poco tiempo se acercaron a él Enrique y Rodrigo.

– ¿Cuándo te casas? preguntó Enrique.

– La próxima primavera.

– Tienes suerte añadió Rodrigo. Elvira es hermosa.

– Cuando me case será sólo para mí.

Diego se quedó pensativo. En el fondo de su alma, siempre pensaba que Elvira le era infiel. Aunque no tenía ninguna prueba, el fondo de su corazón siempre albergaba duda. Estuvo un largo rato pensando en ella. Sus largas trenzas eran del mismo color que la tierra que la vio nacer. Su mirada siempre perdida. Y su sonrisa, siempre su sonrisa. El intercambio de miradas y esa pícara forma de sonreír siempre hicieron sospechar a Diego de sus infidelidades. También recordó la primera vez que hicieron el amor. Fue en el bosque. Y después de esa hubo otras veces. Tenía miedo de que ella alguna vez pudiera quedar embarazada. Pero no quedaba. Sólo las prostitutas sabían como no quedarse embarazadas. Pero Elvira no era una prostituta. ¿Sabría algún método? Daba igual. Pronto sería su esposa. Y la posiblemente la futura esposa del merino de San Miguel.


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