Amor y odio (39/39)


EL REGRESO

En la lejanía, Rodrigo vio San Miguel. Ya estaba cerca y aunque estaba muy cansado por el largo y agotador viaje, su corazón se sintió de nuevo con fuerzas para cabalgar más deprisa. Así lo hizo y a medida que San Miguel se acercaba su emoción crecía. Tenía tantas ganas de abrazar a Blanca, a sus hermanos, a su padre y a tanta gente querida con la que contaba. También pensaba en la incertidumbre de sus destinos tras la batalla de Rueda. Esperaba no encontrarse con malas noticias.
   
Al llegar a San Miguel entró despacio a caballo. Todos le empezaron a mirar con recelo, como si fuese un fantasma. Oía murmurar a sus espaldas. Unos decían que era el hijo de Sancho, que había vuelto del más allá. Otros, menos dados a la fantasía, no le daban importancia al hecho, argumentando que simplemente era una persona muy parecida a Rodrigo.
   
Un hombre a caballo le vio. Rodrigo, a sus espaldas, le oyó cabalgar hacia él. Rodrigo, tranquilo, no volvió la cabeza. Aquel le rebasó y se colocó frente a él, desafiante.
   
– ¿Quién sois? –preguntó.
   
–Soy Rodrigo, el hijo de Sancho.
   
–Eso es imposible, Ramiro y Gaspar, entre otros, le vieron morir aplastado por la caballería musulmana.
   
–Es cierto, estuve a punto de morir, pero no lo hice.
   
–Juro que os mataré si no me decís la verdad –discutió el hombre agarrando la empuñadura de un cuchillo que llevaba en el cinto, preparado para sacarle y desafiarle.
   
Un corro de gente se había formado alrededor de ellos.
   
–Venga, Martín, que creo que así te llamas, déjate de bobadas.
   
Todo el mundo se quedó boquiabierto y sorprendido, empezando por el propio Martín, el hombre que le desafiaba.
   
– ¿En verdad eres Rodrigo? –preguntó seriamente.
   
–Sí, en verdad lo soy. ¿Quieres más pruebas? Te las daré. Mi padre me habló de tu familia, ya que es familia lejana nuestra. Estás casado con Berenguela, la hija de Fadrique, tienes un hijo y cuando fuiste a Rueda esperabas descendencia. Por cierto, ¿has sido ya padre?
   
–Berenguela malparió. Todo por culpa del señor de Villainocencio.
   
– ¿Por el señor de Villainocencio? ¿qué es lo que ha ocurrido? –preguntó alarmado Rodrigo.
   
–Es muy largo de contar.
   
Andando los dos a caballo, les seguía un grupo de personas. Se dirigieron hacia el castillo. Durante el camino, Martín, el caballero que antes le había desafiado, le puso al corriente de la situación. Le contó que su padre había muerto en Rueda, que su hermano Diego es ahora el señor de San Miguel y que el señor de Villainocencio había asaltado la aldea. A Rodrigo le costó un gran esfuerzo el contener las lágrimas de dolor.
   
Desde el castillo se empezaba a oír el griterío de la multitud que acompañaba a Rodrigo.
   
Enrique, pensando que les atacaban, miró desde una ventana. No podía creer lo que sus ojos estaban viendo.
   
– ¡Rodrigo! ¡es Rodrigo! ¡no puede ser! ¡está vivo! ¡esto es un milagro de Dios! –gritó con toda la fuerza de sus pulmones.
   
Blanca oyó todos los gritos. Se asustó. Pensó que el señor de Villainocencio volvía a atacar San Miguel. Se asomó por la ventana. Abrió los ojos asombrada y vio que su sueño se había cumplido. Era Rodrigo. Pensó que estaba soñando. Pero era él. No sabía como estaba ahí. Pero era él.


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