Amor y odio (38/39)


NO HAY ELECCIÓN

El azul claro del cielo se veía pintado por nubes blancas que pasaban a toda prisa. La mañana era a ratos clara y a ratos nublada, pero fría, con un aire que cortaba el aliento. Enrique vio a Blanca a lo lejos, mirando a las nubes. Parecía pensar. Se acercó a ella.
 
 –Blanca –ella se volvió–. Hablé con Diego. Me ha quedado bien claro, que quiere que accedas al matrimonio libremente.
   
Blanca miraba al cielo. Parecía no hacer caso a Enrique.
   
–Blanca, ¿me estás oyendo?
   
–Te estoy oyendo.
   
– ¿Te vas a casar con Diego?
   
–Sí, seré su esposa y le daré hijos.
   
– ¿Estás segura?
   
–Estoy segura.
   
– ¿Y serás feliz?
   
– ¿Feliz? –dirigió la mirada a Enrique–. ¿No es una pregunta estúpida la que me estás haciendo?
   
–Lo es. Diego es como un toro salvaje, pero tiene buenas virtudes.
   
–No me vengas con esa historia. Será un buen esposo y un buen padre.
   
–Aún estás a tiempo de irte a León.
   
– ¿A qué, a ingresar en un convento o a ser la amargada criada de mis tías? Prefiero quedarme aquí, con los hijos de Sancho. Tengo curiosidad de ver como termináis con el malnacido de Villainocencio.
   
–¿No te parece tan horrible la idea de casarte con mi hermano?
   
–No me parece horrible, de tanto aguantarle me he acostumbrado. Lo único que espero que no trate a su esposa como a su ganado o a sus hombres.
   
–Te aseguro que tendrá en más consideración que a su ganado o a sus hombres. Te lo puedo asegurar.
   
–En todo caso es igual, de permanecer en San Miguel, no tengo otra opción.
   
–Diego no quiere que te cases con él si piensas eso. Se lo voy a decir.
   
–No se te ocurra.
   
–No te casarás con él, mientras sigas pensando así. Así que se lo voy a contar. Tómate tu tiempo. Hasta que no estés convencida no te casarás. Él lo quiere así.
   
Blanca se volvió a Enrique y le miró a los ojos.
   
–De la única persona que he estado enamorada ha sido de tu hermano Rodrigo. Desde que murió mi hermano, toda mi vida fue aguantar al malhumorado de mi padre. Él me hizo sentir que vivir merecía la pena.
   
– Todo eso que dices es muy bonito –la mirada de Enrique reflejaba seriedad–, pero ¿cuándo te vas a mentalizar? Rodrigo está muerto
   
–Nadie le ha visto muerto.
   
–Blanca, ¡por el amor de Dios! ¡Fue pisoteado por los caballos!
   
–Mi padre me contó muchas historias de hombres que fueron pisados por caballerías y ganado y sobrevivieron. ¡No es tan difícil!
   
–¡Por Dios, Blanca, si hubiera sobrevivido, habría vuelto a San Miguel!


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