Amor y odio (37/39)


CONFESIONES

El verano iba dando paso al otoño. El frío volvía a hacer su aparición y esta vez había llegado antes de lo previsto. La noche era oscura y fría. No se veían luna, ni estrellas. El aire olía a madera y paja quemada de las hogueras y los fuegos de los hogares. En el aire unos finos copos de nieve brillaban a la luz de las antorchas de la entrada del castillo. Enrique tapado hasta la cabeza con una manta, decidió entrar y ponerse a cubierto.
   
El salón del castillo era algo rústico e informe, construido a partes de piedra caliza y adobe, su techo era soportado por unas carcomidas y dobladas vigas de madera. El techo de paja estaba deteriorado y lleno de telas de araña.

En la chimenea se calentaba Diego al fuego.
   
–Vaya frío que hace. No puedo ni pensar –dijo Enrique al entrar en el salón.
   
–Cierra la puerta –contestó Diego–, que no se vaya el poco calor que hay. Y ven a la chimenea a calentarte.
   
Enrique se quitó la manta que llevaba encima y se frotó las manos frente a la chimenea.
   
–¿Cuándo se irá este puñetero invierno? –comentó Enrique.
   
–Cuando Dios quiera. No está en nuestra mano. No depende de nosotros, así que es absurdo enfadarse.
   
–Blanca me ha dicho que les ha pedido matrimonio –Enrique estaba deseando decirlo.
   
–Sí. Creo que es lo mejor para ella y para mí.
   
–Blanca no te ama. Ella estaba enamorada de nuestro hermano Enrique, que en paz descanse.
   
–Vaya noticia. ¿Acaso crees qué no lo sé? Ni yo estoy enamorado de ella, ni ella de mi, pero aprenderemos a querernos.
   
–Eso espero.
   
–Sé que la quieres y la aprecias. No va a caer en malas manos. La trataré bien, puedo ser un poco recio, pero creo que no soy malo.
   
–No, no lo eres. No me cabe la menor duda de que la tratarás bien.
   
–No quiero una sierva, quiero una esposa, sino accede libremente no lo quiero. Ya se lo he dicho. Aquí siempre tendrá un plato de comida. Y la verdad es que no está ociosa, siempre está trabajando, cosiendo, que es lo que se la da mejor. A veces parece que no es noble, ni familia del Rey.
   
–Es un ángel, te lo aseguro.
   
–Lo sé. No tengas miedo por ella. Nada se va a hacer en contra de la voluntad de nadie.
   
Enrique recordó la conversación con Leonor. Ella le confesó que lo hacía porque no tenía elección. Decidió sacar el tema.
   
–¿Te has parado a pensar que se ve forzada a hacerlo?
   
–Se lo he dicho, pero díselo tú, que yo te lo he dicho y que lo reafirmo. No la fuerzo a nada.
   
–Cuando éramos niños, siempre nos pegabas a mí y a Rodrigo, pero también nos protegías. La vida nos ha tratado duramente, pero al menos tengo suerte de conservar a un hermano.
   
–Déjate de sensiblerías y vamos a dormir, que ya son horas.


Avanzar narración: Amor y odio (38/39)

Retroceder narración: Amor y odio (36/39)

Comentarios