Amor y odio (36/39)


REVELACIONES

La amargura y el mal humor de Diego iban aumentando de día en día. Muchas eran las causas. Aunque no estuvo seguro de su amor por Elvira, su pérdida fue un golpe duro porque en ella había puesto muchas ilusiones. Echaba también de menos los sabios consejos de su padre, tan útiles en estos momentos tan difíciles como merino de San Miguel. Y el odio, el odio a muerte que sentía hacia Bermudo, el señor de Villainocencio. Se había jurado a sí mismo que le mataría y era algo que se había propuesto. Lo iba a hacer por la memoria de su padre y de su hermano Rodrigo y sobre todo para vengar a Elvira. Lo único que pensaba era preparar un ejército en condiciones para hacer la guerra a Bermudo. Pero sabía que no era fácil. El señor de Villainocencio era muy poderoso y en cambio San Miguel estaba empobrecido, había sido asaltado y había perdido a hombres de los mejores en Rueda.
   
Las relaciones entre Diego y Enrique se habían deteriorado. A Diego le molestaba todo lo que hacía Enrique. Las discusiones entre ellos eran frecuentes.
   
– ¿De donde vienes? –le increpó ásperamente Diego a Enrique al entrar en la sala del castillo.
   
–He estado con Leonor.
   
– ¡Con Leonor! ¡con Leonor! ¡todo el día con Leonor! ¡no hay otra cosa en el mundo para ti que Leonor!
   
–Lo hay, pero Leonor es lo más importante de mi vida.
   
– ¡Valiente caballero! ¡todo el día metido en sus faldas!
   
–Soy un caballero porque no puedo ser otra cosa y con impedimentos. Pero la gracia del Dios del cielo ha hecho que, aunque no pueda correr, me pueda valer por mí mismo.
   
–Podías haber sido fraile y hubiera sido mejor para todos. Te necesito. ¡Si no sabes luchar al menos organizarás mi ejército y administrarás mi señorío!
   
–Si en eso puedo ser útil, estaré encantado –contestó Enrique seriamente.
   
Enrique salió malhumorado. Al salir del salón le estaba esperando Blanca. Ella le hizo una señal de que se acercase.
   
–Necesito hablar contigo –dijo en voz baja.
   
Los dos salieron fuera del castillo a hablar, para que nadie escuchase su conversación.
   
– ¿Qué es lo que me quieres contar? –preguntó Enrique con curiosidad.
   
–Quiero que sepas algo. Diego me ha pedido que me case con él.
   
– ¿Qué te cases con él? ¡le habrás dicho que no!
   
Blanca permaneció en silencio. Retomó la conversación.
   
–Le he dicho que lo tengo que pensar.
   
– ¡Pero si no le amas y él no te ama a ti! ¡esto es una locura!
   
– ¿Crees que todos los que se casan están enamorados? ¿crees que tengo tantas alternativas? –Blanca miró fijamente a Enrique.
   
–No. Supongo que no –contestó Enrique bajando la vista al suelo.

               
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