Amor y odio (35/39)


LA DESPEDIDA

Llegó el momento de partir. Sentimientos contradictorios se agitaban dentro de la mente de Rodrigo. La inmensa alegría del retorno al hogar y volver a ver a los suyos se mezclaban con la tristeza de abandonar a Omar y a su encantadora hija Aixa.
   
Un criado llevó al cuarto de Rodrigo ropa para el viaje. Al cogerla, éste se percató de que era ropa de cristiano.
   
Omar entró cuando Rodrigo se acabó de vestir.
   
–La ropa y la cota de malla que llevabas puesta cuando te traje aquí estaban destrozadas. Esta es parecida.
   
–Es mejor -dijo Rodrigo mirando la ropa que llevaba puesta.
   
Omar entregó a Rodrigo un chaquetón de piel de conejo.
   
–Con esto encima pasarás desapercibido.
   
Rodrigo se lo puso encima de su ropa de cristiano.
   
–Ya están preparados los caballos –dijo Omar.
 
Después de desayunar, bajaron a las caballerizas. Aixa estaba esperándoles.
 
Sin mediar palabra, Aixa abrazó a Rodrigo en un abrazo profundo. Sentía toda la pena de saber que se marchaba para siempre el hombre del que estaba enamorada.
 
–Cuídate, Rodrigo –sus palabras salieron de un ahogo.
 
–Que seas muy feliz, Aixa –respondió Rodrigo.
 
Cuando cesó el abrazo, Omar estaba montando a caballo. Al lado de este estaba Alimun, el magnífico caballo regalo de Omar, con dos enormes alforjas.
 
–Aquí tienes suficientes provisiones para el viaje –aseguró Omar.
 
Los dos salieron a paso ligero. Cuando los dos se hubieron alejado, Aixa empezó a llorar amargamente.
 
Era un día de sol. Atravesando las bulliciosas calles de Córdoba, Rodrigo tenía un sentimiento muy extraño. Le gustaría entenderlo todo. Entender porque moros y cristianos no pueden vivir en paz.
 
Atravesaron toda Córdoba hasta las afueras. Los dos iban en silencio con sus pensamientos. Cuando la ciudad se iba alejando, Omar detuvo su caballo y desmontó. Rodrigo hizo lo mismo.      
 
–Aquí nos despedimos –afirmó Omar–. Tienes que seguir al norte hasta la frontera. No tendrás problemas para atravesar Al-Andalus. En el caballo tienes provisiones y algunas piezas de plata. Si tienes algún problema aquí tienes este documento firmado –sacó del bolso un documento de papel en letras árabes con su sello, lo enrolló y se lo entregó a Rodrigo–. Una vez que atravieses la frontera tienes que atravesar la tierra de nadie y llegarás a Castilla.
   
Volvió los ojos hacia Rodrigo.
   
–Cuídate.
   
Los dos se dieron un fuerte abrazo. Un nudo en la garganta y unos ojos a punto de llorar.
   
–Rodrigo, que Dios guíe tus pasos.
   
–Omar, que Dios te guarde.
   
Lentamente, Rodrigo montó en el caballo y poco a poco se fue alejando. No se atrevió a mirar atrás. Omar, montado en su caballo, dirigió la vista hacia Rodrigo y no se marchó hasta que Rodrigo desapareció en el horizonte.
   
La mente de Rodrigo era un hervidero de pensamientos. Pero de una cosa estaba seguro, que algo había cambiado dentro de él. Las cosas ya no eran como antes de conocer a Omar.
   
Sentía tristeza por haber dejado a Omar, a Aixa y Al-Andalus, pero también sentía unos enormes deseos de volver a San Miguel, abrazar a los suyos y darles la increíble noticia de que estaba vivo.


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