Amor y odio (32/39)


ILUSIÓN 

La crueldad del frío invierno y el hambre atroz se iban alejando de San Miguel. La primavera lentamente iba haciendo su aparición. El miedo y la angustia, tras el regreso de la guerra y el saqueo del señor de Villainocencio, iban dando paso a una tímida esperanza. El hambre seguía azotando San Miguel, pero en menos medida, gracias a que las pequeñas aves y hierbas de todo tipo la hacían más llevadera. El frío iba marchándose lentamente y gracias a ello vivir y sobrevivir era más fácil.
   
Día a día crecía la ilusión del amor entre Enrique y Leonor. Todo el tiempo que pasaban juntos parecía poco y pasaba velozmente. Enrique vivía como en sueños, con un único pensamiento: Leonor. Ella, por otra parte, poco a poco, iba olvidando el amargor que existían en su corazón e iba dejando paso a la ilusión.
   
Le enseñó el arroyo y todo lo que significaba para él. Pasaban muchos ratos en él. Juntos parecía detenerse el tiempo. Parecía como estar disfrutando de un trozo de paraíso en la Tierra. Frecuentemente, Leonor se echaba en el suelo y apoyaba su cabeza en el regazo de Enrique y éste disfrutaba acariciando su ondulado y dorado cabello. Aunque cada vez que lo hacía no podía dejar de recordar a Rodrigo a Blanca, cuando les sorprendió de esta manera en el arroyo. En aquel momento sintió envidia, ahora sentía mucha pena de que Rodrigo no viviera. Pensaba que era muy triste que los cuatro no pudieran disfrutar juntos de la felicidad.
   
Pero Leonor aún no estaba tranquila. Necesitaba contar a Enrique toda la verdad de lo que ocurrió. Siempre que lo intentaba, éste se ponía a gritar como un histérico, diciendo que le sacaría los ojos al señor de Villainocencio cuando asaltasen su castillo o que le clavarían en la torre o cosas similares. Leonor comprendía que Enrique se sentía en parte culpable por lo ocurrido, además de la impotencia que sentía de no poder hacer justicia. Pero él lo tenía que saber todo. Para ella era necesario.


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