Amor y odio (28/39)


ESPERANZA

Enrique volvió a buscar a Leonor. Esta vez iba con otro ánimo. Empezaba a ver el futuro con más luz. Pero tampoco se hacía excesivas esperanzas. Le costaba creer que ella le pudiese llegar a querer.
   
Fueron al río, al lugar acostumbrado. El camino, como venía siendo habitual, fue en silencio.
   
Enrique a veces pensaba que era posible que nada hubiera cambiado. Cuando llegaron al río, la miró a los ojos.
   
– ¿Estás segura de querer estar aquí, conmigo?
   
Ella asintió con la cabeza.
   
–Soy un impedido. No tengo mucho que ofrecerte. Soy el hermano del merino de San Miguel, es como una mula, pero no es mala persona. Mi padre tenía ovejas y tierras y dejó dicho que no nos faltará nada. Diego respetará la palabra de mi padre. Así lo ha hecho y estoy seguro de ello. Aunque no me lleve bien con él, yo respetó y creo en mi hermano Diego.
 
Leonor le escuchaba sin pronunciar palabra.
 
Enrique al apoyar el cayado fue hacerlo sobre una piedra redonda, que salió rodando, perdiendo el equilibrio y cayéndose al suelo.
 
Leonor rompió a reír. Ella se agachó para ayudarle. Y Enrique se tendió en el suelo con los brazos abiertos. Leonor
 
– ¿Qué haces?  –preguntó Leonor.
 
– ¿Qué haces tú?
 
–Intentó ayudarte.
 
– ¿A qué?
 
– ¿A qué va a ser, a levantarte?
 
– ¿Y si no quiero?
 
– ¿Y por que no quieres?
 
–Porque prefiero quedarme aquí, viendo como me miras.
 
A través del velo, Enrique pudo ver que Leonor sonreía.
 
–Había olvidado como era tu bella sonrisa.
 
Leonor, lentamente, se quitó el velo y el sombrero. Llevaba el pelo corto, cortado de una forma caótica.
 
–Quizá no te guste.
 
–Me encantas. Me pareces más hermosa que nunca.


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