Amor y odio (27/39)


FIESTA EN CASA DE OMAR

Omar daba una fiesta en su casa. Sentados en amplios cojines sobre alfombras, Omar charlaba en árabe con varios de sus amigos; entre ellos había militares, sabios, poetas, filósofos, y algunos no destacaban en nada, eran simplemente amigos de Omar, y eso ya era bastante para él. De fondo, un grupo de cantores y músicos amenizaba el ambiente.
   
Dirigió la mirada hacia Rodrigo y se dio cuenta que él no hablaba el árabe. Dijo unas palabras en árabe a sus invitados.
   
–Perdona, Rodrigo. No me daba cuenta que no entiendes el árabe. Les he dicho que hablen en romance, pero les tendrás que disculpar, ¡algunos lo hablan de pena! ¡no sé si entenderás algo!
   
Todos se pusieron a reír, mirándose. Las risas eran compulsivas. Alguno se desternillaba.
   
Un criado dejó unas fuentes con comida.
   
Rodrigo se quedó mirando a la fuente. Le llamó la atención una fruta de color naranja. Tomó una con la mano.
   
– ¿Qué es esto?
   
–Una naranja -respondió Omar.
   
Rodrigo empezó a darle vueltas con la mano.
   
–Sabe muy bien. Pruébala –añadió uno de los invitados.
   
–Rodrigo pegó un mordisco. Tenía un sabor amargo y algo ácido. Puso cara de desagrado.
   
Todos estallaron a reír.
   
–No me gusta el sabor -dijo Rodrigo.
   
–Eso es normal -afirmó Omar ante la sorpresa de Rodrigo- ... si te la comes con cáscara.
   
Las fuentes contenían, además de frutos variados, salchichas picantes, hojaldres rellenos de carne picada de pichón con pasta de almendra y pasteles de avellana y miel.        
   
A Rodrigo le llamaba la atención las copas de vidrio, en contraste con los toscos cubiletes metálicos que solían usar los castellanos.
   
Volvieron a pasar los criados, esta vez repartiendo la bebida, agua aromatizada con esencia de azahar o vino, según prefiriera el invitado.
   
– ¿No me decías que los musulmanes no bebían vino? –preguntó Rodrigo a Omar.
   
–No deberíamos beber –contestó Omar.
   
Entre comida, risas y disfrute de la música iba transcurriendo la alegre velada. Rodrigo parecía alucinado por todo. Era tan nuevo y tan extraño todo esto para él.
   
Se habló de filosofía, de música, de poesía y, como no, de mujeres.
   
–De mis cuatro esposas, yo, la verdad, sólo me quedaría con una. Las demás no me dan más que problemas –contaba uno de los invitados.
   
–Pues de las tres mías –añadió otro–, yo no me quedo con ninguna. ¡Os las vendo todas!
   
Todos rieron.
   
–Yo –alegó Omar–, aunque tengo varias mujeres, sólo llevo en el corazón a una. Es mi hija Aixa. Tengo miedo de que me pase algo. Que sería de ella con las pérfidas de mis esposas.
   
Un invitado le hizo una señal de silencio.
   
–Cuidado, Omar. Las paredes oyen.
   
– ¿Y tú, Rodrigo? –preguntó un invitado- ¡queremos saber la opinión sobre mujeres de un cristiano!
   
–Yo sólo amo a una mujer.
   
Todos volvieron a reír.
   
– ¡Y nosotros! –exclamó uno de ellos–. Amar, lo que se dice amar, sólo amamos a una (si es que la amamos). Lo que pasa es que ¡tenemos más!
   
–Dinos, ¿cómo se llama? –preguntó uno de los invitados.
   
–Blanca.
   
–Entonces brindaremos por Blanca.
   
La velada se prolongó hasta altas horas. Rodrigo se dio cuenta de que Omar hablaba a solas y en voz baja con el amigo militar suyo. Hablaban en árabe y no entendía lo que decían, pero estaba lo suficientemente cerca de ellos para darse cuenta que estaba repitiendo constantemente el nombre de Ibn Amir.
   
Rodrigo tuvo un presentimiento.
   
Cogió a Omar del brazo y le acercó a sí.
   
–Omar, ten cuidado. No te metas en problemas. Piensa en tu hija Aixa.
   
Omar le cogió la mano.
   
–Tranquilo, Rodrigo. Pienso en mi hija Aixa.


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