Amor y odio (24/39)


EL PRIMER DÍA CON LEONOR

Era un día de sol radiante.
   
Enrique acudió presto a la cita que tenía con Leonor.Su corazón palpitaba con mucha fuerza. La emoción era muy grande. Y al pensar en ello, parecía que el futuro podía ser mejor
   
Llegó a la casa de Leonor y llamó a la puerta con los nudillos. Ella le abrió la puerta y salió de la casa cerrándola. Llevaba un vestido blanco, con un gorro del mismo color y un velo.
 
–Hola, Leonor.
 
–Hola, Enrique.
 
Fueron los discretos saludos que se hicieron. Leonor se quedó quieta esperando que Enrique tomara la iniciativa.
   
– ¿Qué te parece si vamos a la orilla del río?. No calienta mucho el sol y apetece pasear.
   
Sin decir palabra, Leonor hizo un gesto de aprobación. Los dos anduvieron cerca de un cuarto de hora sin decirse nada. Llegaron a la orilla del río.
   
A la salida del bosque, entre unos campos de cultivo, el río pasaba con su habitual sonido. Sus orillas eran guardadas por altos álamos, que al pasar el viento entre sus hojas producía su particular sonido.

Ella, sin decir nada, se recogió la falda y se sentó al pie de un gran fresno, de amplia y plana raíz.

Enrique se sentó a unos dos metros, en el suelo.
   
Entonces, Enrique empezó a hablar diciendo lo que sentía por ella, todo lo que le daría, la sinceridad de su amor, la alegría que sentía de estar con ella. Que a pesar de todo lo que había pasado, era un sueño estar en este momento aquí, con ella.
   
Leonor, con la mirada perdida, no parecía escucharle.
   
Enrique, cuando ya llevaba media hora hablando en un continuo monólogo, dándose cuenta de que sus palabras no eran escuchadas, ni tenidas en cuenta, calló, esperando que ahora Leonor tomara la iniciativa, pero ésta continuó impasible.
   
Un poco desanimado, volvió a hablar. Esta vez cambió de tema, hablando de historias, cuentos y leyendas. Así pasó una hora interminable.
   
Cuando cesó de hablar, pensó que sería mejor marcharse.
   
– ¿Quieres marcharte, Leonor?
   
Leonor hizo un gesto de indiferencia.
   
Enrique se levantó del suelo apoyándose en su cayado. Le siguió Leonor. Regresaron en silencio.
   
Cuando llegaron a la casa de Leonor, Enrique se quedó mirando fijamente a los ojos de Leonor, a través de su velo.
   
–Leonor, ¿quieres que vuelva mañana?
   
Leonor hizo un gesto de indiferencia.
   
–Mañana vengo a la misma hora ¿de acuerdo?
   
Un sí tímido y apenas imperceptible salió de la boca de Leonor.
   
–Adiós, Leonor.
   
–Adiós, Enrique.
   
Enrique regresó desanimado. La Leonor que un día conoció y de la que se enamoró no era la misma que ahora.


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