Amor y odio (23/39)


UNA VISITA AL CALIFA

Por la mañana temprano un criado llamó a Rodrigo.
   
–Mi señor Omar Ibn Musa desea verte.
   
Al poco tiempo entró en la habitación Omar vestido de ropa de gala.
   
–Que la paz y la gracia de Dios sea contigo, Rodrigo.
   
– ¿Cómo se dice? Aleikum Salam…
 
–En tu idioma, que contigo esté la gracia y la paz de Dios.
 
–Pues eso mismo digo. ¿Y a qué se debe ir vestido de esa manera? Estoy extrañado.
 
–Mis criados te traerán ropa adecuada para la ocasión. Saldremos ahora mismo -Omar sonrío.
 
– ¿Qué sorpresa me vas a dar, Omar?
 
–Una visita al califa.
 
Rodrigo quedó asombrado.
 
–Lo dices en broma ¿verdad, Omar?
 
–Ahora lo verás.
 
Mientras los criados vestían a Rodrigo, éste se mentalizaba para el encuentro que iba a tener lugar. Iba a ver al mismísimo califa. Al enemigo de todos los cristianos, a uno de los hombres más poderosos del mundo. No se lo podía creer.
   
Los criados acompañaron a Rodrigo al jardín. Allí le estaba esperando Omar, con su traje de gala y su capa blanca, montado en un bello caballo negro. También había cuatro soldados a caballo.
   
– ¿Podrás montar a caballo? –le preguntó Omar.
   
–No lo sé.
   
–Inténtalo.
   
Omar le mostró un esbelto caballo árabe, de capa parda, que parecía de temperamento tranquilo.
   
–Se llama Alimun –dijo Omar–, que significa sabio.
   
–Es un caballo muy hermoso –afirmó Rodrigo, al tiempo que le acariciaba las crines.
   
–Mi caballo se llamaba Tormenta. Lo perdí en Rueda.
   
–Monta.
   
Rodrigo subió a lomos del caballo.
   
–Me da la impresión de que este caballo es maravilloso.
   
– ¿Te gusta?
   
–Sí.
   
–Entonces es tuyo. En él harás el viaje a Castilla.
   
– ¡Dios mío, Omar!. No puedo aceptarlo. Es un caballo buenísimo. Costará una fortuna.
   
–Para nosotros, los andalusíes, cuando regalamos a los amigos no miramos el valor de las cosas, sino la satisfacción que sentimos.
   
– ¡En marcha! –gritó Omar.
   
– ¿Donde está el califa? –preguntó Rodrigo.
   
–Al noroeste, en Madinat al-Zahra. Es una ciudad palacio que fue construida por mi abuelo Abd al-Rahman.
   
–Es increíble. No me creo que vaya a ver a uno de los más poderosos hombres del mundo y al enemigo de la cristiandad.

Omar rió.
   
–Vas a ver al diablo. Su rostro es terrorífico.
   
–Pues a mí no me hace gracia.
   
–Cuando le veas, puede que te decepciones, mi buen Rodrigo.
   
Después caminar un rato llegaron a Madinat al-Zahra. Protegida por una muralla con torres, era una auténtica ciudad en pequeño. A la puerta, unos guardias les cerraron el paso. Omar les dijo unas palabras en árabe y éstos les dejaron pasar.
   
A Rodrigo le llamó la atención la cantidad de gente que vivía en esta pequeña ciudad. Siguieron el camino y llegaron a los jardines. Una enorme variedad de plantas, decoraban el camino. El aire olía suavemente a azahar.
   
Por fin llegaron al palacio. Rodrigo se quedó boquiabierto. Nunca había visto nada igual. Todo era de un material y de una riqueza extraordinaria. Entraron en el palacio. Recorrieron pasillos con brillante suelo de mármol y delicados azulejos en sus paredes.
   
Entraron en un enorme salón. Tras tres filas de arcos, al final del mismo se hallaba el califa. A Rodrigo le parecía ser todo un sueño.
   
Un hombre les anunció y se acercaron hacia el califa. Rodrigo miraba alrededor, impresionado por todo lo que estaba viendo. El aroma esta perfumado con olor a flores.
   
Omar, una vez en presencia del califa, se arrodilló. Rodrigo hizo lo mismo. Luego Omar levantó la cabeza y dijo unas palabras en árabe a las que el califa respondió. Acto seguido, unos hombres trajeron unos cojines a Omar y Rodrigo y éstos se sentaron en ellos.
   
Rodrigo, que hasta ahora había permanecido con la cabeza baja, la levantó. Vio al califa de Al-Andalus. El príncipe de los infieles. El hombre con el que todos los cristianos deseaban acabar. Cuando le tuvo enfrente le impresionó más el trono que el hombre. El trono tenía una pedrería que brillaba con un enorme fulgor a la luz del sol, que entraba por amplios ventanales. En cambio el califa era pequeño, algo grueso y su rostro no era terrible, sino que parecía bonachón.
   
Omar proseguía la conversación en árabe. Luego miró a Rodrigo.
   
–He dicho a mi primo el califa –dijo en castellano–, que tú eres un invitado mío cristiano, que me salvaste la vida y me ha dicho que te dijera que seas bienvenido a Al-Andalus.
   
–Agradece en mi nombre al califa la hospitalidad de Al-Andalus –contestó Rodrigo.
   
–Es un honor tenerte con nosotros, Rodrigo –dijo el califa en un deficiente castellano.
   
Cuando oyó estas palabras, Rodrigo no supo que hacer o decir. Luego reaccionó.
   
–Es un gran honor para mí haber conocido al califa de Al-Andalus –contestó tímidamente.


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