Amor y odio (20/39)


AL-ANDALUS

Rodrigo y Omar conversaban bebiendo té de menta en casa de éste. Ambos se hallaban echados sobre cojines. Debajo de éstos había una alfombra de bellos dibujos geométricos y alegres colores. A Rodrigo le resultaba extraño estar así y acariciaba la seda de los cojines.
   
–Cuéntame, Omar. Sé que perdimos la batalla en Rueda. También sé que es posible que muchos de los míos estén ahora muertos –Rodrigo cerró los ojos– ¡Dios mío! Tengo ganas de regresar. ¡Me contarán entre los muertos!
   
–Comprendo tu angustia, Rodrigo. Pero debes calmarte. El viaje a Castilla es largo y penoso. Debes estar completamente recuperado de tus heridas para marcharte.
   
–Lo sé. Pero cuéntame. ¿Qué ocurrió?
   
–Tomaron Simancas y luego Zamora y León.
   
– ¡Dios santo! Se acabó la cristiandad –comentó Rodrigo con resignación–. Tú te volviste en Rueda ¿Por qué no decidiste seguir una campaña tan victoriosa?
   
–Demasiado victoriosa, Rodrigo. Hoy hay en Al-Andalus un hombre que se cree más que el califa. Ese hombre es Ibn Amir. Por cierto, ¿sabes como se hace llamar ahora, a raíz de sus victorias?
   
– ¿Cómo? –preguntó Rodrigo.
   
–Almanzor, que significa el poderoso. Esto es una locura. Los hombres le adoran, mucho más que al califa. Y olvidan que sólo Dios es vencedor.
   
–Bueno, y si es tan victorioso, ¿por qué ya no sigues a Ben Amir o Almanzor, como ahora se hace llamar?
   
–Ten calma, Rodrigo. Los cristianos no tenéis paciencia. Es una historia larga de contar. Nosotros, los andalusíes, somos muy aficionados a los cuentos. Te lo contaré como si fuera uno.
   
"Los árabes, venimos de una tierra lejana, de la Arabia, del desierto. Reunidos en tribus, vivíamos del comercio y del pillaje, sin grandes ideales. Pero entonces llegó él, Mahoma, el último y el más grande de los profetas. El único y verdadero Dios le reveló su palabra y él nos la reveló a nosotros. Nuestra vida entonces cambió, la fuerza de Dios nos hizo cambiar y con el más grande estímulo, que es el de servirle, pasamos de ser unos salvajes a convertirnos en una gran nación. Entonces nos extendimos por el mundo y todos los pueblos se unieron a nosotros para servir al único Dios. Y llegamos aquí, a España.
 
"Entonces en España gobernaban los godos. Eran gobernantes corrompidos, crueles e injustos. Su comportamiento era vil y se traicionaban unos a otros. Así nos pudimos introducir en una de esas guerras entre ellos. No nos costó conquistar España. Éramos una nación más civilizada, culta y justa que la de los godos y por eso toda la gente se puso de nuestra parte. Respetamos a los cristianos y a los judíos y les permitimos seguir practicando su culto.
 
– ¡No! –le interrumpió Rodrigo sorprendido–. Yo desciendo del último rey godo, don Rodrigo. Y una familia goda noble nos traicionó.
 
– ¿Y qué te estoy diciendo? Ahora déjame continuar.
 
"Cuando murieron los sucesores de Mahoma, mi familia, los Omeyas, recogió el legado del profeta. Cuando conquistamos España para el Islam, ésta era del califa de Damasco, un Omeya. No había pasado mucho tiempo cuando mis antepasados fueron traidoramente asesinados por una familia rival nuestra, los Abbasíes. Un antepasado mío logró escapar de la matanza y llegó aquí, a España, a Al-Andalus. Entonces Al-Andalus se hizo grande y sabia, y querida a los ojos de Dios, y llegó a ser una de las naciones más ricas del mundo. Éramos mucho más cultos, justos y tolerantes que los cristianos. Pero aún así, contra nosotros se rebelaron los salvajes del norte.
   
– ¿A qué te refieres con los salvajes del norte? ¿A don Pelayo? Mi padre siempre dice de él que debió ser uno de los más grandes y bravos caballeros que existieron.
   
–Pelayo sólo era un asno de la montaña.
   
Rodrigo puso cara de desagrado.
   
–No comparto tu opinión, pero sigue.
   
–Mi abuelo Ab al-Rahman, que fue un buen gobernante, tomó la los títulos que por legítima herencia le correspondían, el de califa y el de príncipe de los creyentes. Su gobierno hizo grande a Al-Andalus, y respetada y admirada por todas las naciones del mundo. A mi abuelo Ab al-Rahman le sucedió mi tío al-Hakam, cuando no era más que un niño. No era un gran político o militar como mi abuelo, pero era intelectual, pacifista y tenía una gran sensibilidad por los problemas del pueblo. No obstante, como los cristianos no tenéis más que rencillas entre vosotros, no le fue difícil obtener victorias. Su gobierno fue glorioso. El poder de Al-Andalus se unía a la sabiduría. Cuando murió, le sucedió mi primo Hisham, que sólo era un niño. ¿Y a qué no sabes quién era su tutor? Imagínatelo.
   
– ¿Quién? –preguntó Rodrigo con extrañeza.
   
–El mismo Ibn Amir o Almanzor, como tú desees llamarlo. Proviene de una familia árabe. Fue a Córdoba a estudiar Jurisprudencia y lo mismo que una araña teje con redes con increíble habilidad, éste hizo lo mismo para lograr el apoyo de mi tía Subh, la madre de mi primo Hisham, el califa. Ibn Amir pasó de chambelán de la corte a visir. Y en cinco años pasó a tener todo el poder de Al-Andalus. Se construyó un palacio a las afueras de Córdoba, al que llamó Madinat-al- Zahirah, donde tiene concentrado todo el poder. Empezó a apoyar a los mercenarios beréberes y por último se ganó el apoyo de los religiosos alfaquíes, que veían con malos ojos usurpar el poder al califa, con medidas de fanatismo religioso, como destruir muchos libros de la biblioteca de mi tío al-Hakam.
 
"Hoy el nombre del califa, del príncipe de los creyentes, es secundario al de Almanzor. Hoy ya no se combate por Dios, sino por Almanzor. Nuestro pueblo, que siempre fue tolerante y justo con los vencidos, hoy es cruel e inflexible; antes, era el pueblo de los creyentes que luchaban por Dios, hoy los mercenarios lo hacen por el botín. Tengo miedo, Rodrigo. Quizá sólo yo y unos cuantos lo veamos claro, pero veo cercano el final de Al-Andalus sino acabamos con Almanzor. Los cristianos no son tolerantes y acabarán con nuestra civilización. ¿Lo entiendes, Rodrigo?
   
– ¿Sois acaso tolerantes vosotros destruyendo y arrasando ciudades cristianas y violando pactos de paz?
   
–No estoy de acuerdo con el pensamiento de Almanzor. De hecho, ya no le sigo y por eso estoy teniendo algún que otro problema.
   
Rodrigo puso la mano en el hombro de Omar.
   
–Yo no quiero que se acabe la riqueza de vuestra civilización. Si fuera yo quien conquistara Al-Andalus respetaría vuestras costumbres, lo mismo que dices tú que respetasteis las nuestras.
   
–Por desgracia, pocos cristianos y pocos musulmanes piensan como tú y como yo, Rodrigo. Muy pocos.


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