Tierra de frontera (14/18)

PRELUDIOS DE GUERRA

Un caballero a galope entró en San Miguel dirigiéndose hacia el castillo, ante la expectante mirada de los vecinos.

–Traigo un mensaje para el merino –dijo al apearse del caballo.

A Sancho le avisaron de la llegada de un mensajero del conde de Castilla. Fueron todos deprisa a recibirle, ya que suponían que se trataría de algo muy importante.

Sancho y el mensajero se presentaron y saludaron. Acto seguido, éste le entregó un diploma enrollado y lacrado con el sello del conde de Castilla. Sancho lo abrió y se lo dio a Enrique para que lo leyera en voz alta.

–In De-i no-mi-ne. E-go ... –Enrique iba deletreando despacio las sílabas en latín.

Sancho, comprobando que su hijo aún no tenía pericia suficiente en la lectura, le arrancó el diploma de las manos de un tirón y mandó llamar al padre Anselmo, que era el religioso que normalmente ejercía para él de escribano.

Todos permanecían expectantes hasta que llegara el padre Anselmo.

– ¿Qué motivo os ha traído hasta aquí? –preguntó Sancho al mensajero.

–No lo sé. El contenido de la carta no me ha sido revelado. Pero supongo que se tratará de parar los pies a Ben Amir.

–Hay que hacer algo de una vez por todas –añadió Alfonso.

Por fin llegó el padre Anselmo. Cogió el diploma, lo desenrolló y empezó a leer.

–En el nombre de Dios. Yo García González, conde de Castilla, ante las grandes tropelías y destrucciones causadas por los moros de Ben Amir, requiero vuestros servicios como mi fiel servidor. Tomad a vuestros mejores caballeros y venid a reuniros conmigo en Rueda en el plazo de diez días. Uniremos nuestras fuerzas para derrotar a los infieles a las de su majestad el rey de León y a las del rey de Navarra. Era mil diecinueve.

Sancho y sus hijos pusieron cara de sorpresa.

– ¡Bien!, ya era hora de que se hiciera algo –dijo Alfonso cerrando los puños con fuerza.

Sancho se dirigió al mensajero, poniéndole una mano en el hombro.

–Pasemos al castillo.


Fueron todos allí. Sancho dijo unas palabras al padre Anselmo. Éste marchó y al poco tiempo regresó con un pergamino sin escribir, un tarrito de tinta y una pluma de oca. Se sentó en una mesa y Sancho le empezó a dictar.

–En el nombre de Dios. Yo Sancho, señor de San Miguel, vuestro fiel servidor, en el plazo de diez días acudiré a Rueda con mis mejores caballeros, para combatir a vuestro lado y al lado de los buenos cristianos, para acabar con la amenaza infiel de Ben Amir. Era mil diecinueve.

Sancho puso una mano en el hombro de Diego.

–Vete avisando a todo el mundo que esté preparado para partir en el plazo de diez días.

Alertados por la visita del mensajero, fue entrando gente en el castillo. El ambiente pasó del susurro al murmullo y de éste al alboroto.

Rodrigo miró fijamente a los ojos de Enrique y sonrió con cara de felicidad.

–La suerte me sonríe, hermano. Al fin voy a tener la oportunidad de luchar, de hacer méritos para conquistar la mano de Blanca. Tú haz lo que quieras, pero yo voy a ir a la guerra, aunque aún no sea un buen caballero.

Enrique se quedó pensativo. No sabía que decisión tomar. No le llamaban la atención los asuntos de armas, pero pensó que quedarse quizá no fuese la mejor solución. Además, ¿quién sabe?, lo mismo también podría hacer méritos y puede que Leonor le viese de otra manera y lograra enamorarla.

–Si tú vas, yo voy –fue su decisión final.

Se acercaron a su padre y le comunicaron sus ideas.

–Padre –habló Rodrigo–, Enrique y yo hemos pensado que queremos ir contigo a luchar.

Diego, que oyó estas palabras, se acercó a su padre como una exhalación.

– ¡Ni hablar de eso! ¡No tienen ni idea de luchar! ¡Sólo me faltaba tener que ocuparme de ellos!

Sancho estaba dudoso. No sabía que decisión tomar. En esto, intervino el noble Alfonso.

–Don Sancho, vos sois para mí un amigo y un protector y no deseo entrometerme en los asuntos de vuestra familia, pero entiendo la posición de vuestros hijos. Son jóvenes y desean luchar al lado de vuestros caballeros. Y cuando regresemos victoriosos, después de haber acabado con los perros furiosos de Ben Amir, se preguntarán con amargura ¿por qué yo no estuve allí?

–Son muy jóvenes. No saben luchar –replicó Sancho, a lo que Diego asintió con la cabeza.

–Eso es lo de menos. En el ejercicio de las armas vale más el valor y el coraje que la destreza –alegó el noble Alfonso.

–Está bien, iréis –al final dijo Sancho.

Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Rodrigo, que contrastaba con el rostro de desagrado que se le puso a Diego al recibir la noticia.

Sancho seguía pensativo. En el fondo se lamentaba de la decisión que ya había tomado.


Avanzar narración: Tierra de frontera (15/18)

Retroceder narración: Tierra de frontera (13/18)

Comentarios