Tierra de frontera (3/18)

SAN MIGUEL


San Miguel había nacido como una pequeña villa en la que se habían asentado un pequeño grupo de personas venidas del norte. Muchos de ellos eran tan sólo campesinos y ganaderos.

En las largas y noches frías de invierno, cuando su madre aún vivía, Diego, Enrique y Rodrigo recordaban como Sancho contaba a sus hijos, como fue aquel día que vio nacer a San Miguel. Él era un niño. Allí estaba el conde de Castilla, Fernán González. Todos habían llegado, procedentes de las tierras del norte a aquel lugar despoblado y yermo. Todos iban a poseer tierras. Todos iban a ser alguien. Todos traían ilusiones. Un lugar donde vivir, un lugar donde ser libres. Pero el precio a pagar iba a ser muy alto. Se verían obligados a vivir en el peligro constante de la frontera. En honor al santo de la ceremonia denominaron a la nueva población San Miguel. Se nombró como merino de San Miguel al abuelo de Sancho. Con el tiempo fue creciendo y la prosperidad se dejó notar. Pero la vida en la frontera no era fácil. Siempre estaba en el aire el peligro de un ataque musulmán y por esta razón los caballeros siempre estaban alerta. Al sur, esa tierra de nadie, por nadie habitada, y al este, tierra de moros, por donde solían atacar. Sin embargo, hacía tiempo que, divididos por sus querellas internas, no atacaban y a veces parecía que ya no lo iban a volver a hacer nunca.

San Miguel se hallaba en la ladera de un cerro. Se pensó en construir un castillo en lo alto de la colina. Con una pequeña cerca de piedra, una empalizada de madera protegería a los vecinos del lugar. Se empezó a construir por todos sus habitantes cuando el abuelo de Sancho era merino y se acababa de terminar hacía tan sólo unos años. Abajo, sobre la base de la colina, se extendían en forma circular las casas y calles de la villa. Al poco tiempo de fundarse la villa, más o menos a una legua, se instaló un monasterio. Era una comunidad de monjes benedictinos, que al mismo tiempo de vivir la regla monástica atendía las necesidades religiosas de la comunidad.
            
El mayor problema que tenía San Miguel venía del Oeste. Existían eternas disputas fronterizas con Villainocencio. La familia del mandatario de Villainocencio era rival de la familia del señor de San Miguel. Un odio ancestral vivía entre ellos entre generaciones. Las causas se olvidaron, pero quedó el rencor. El mandatario de Villainocencio siempre afirmó que San Miguel le pertenecía. Y no sólo San Miguel, sino toda España. Los campesinos de Villainocencio, maltratados y vejados, huían a las cercanas tierras de San Miguel. Este hecho, unido al de las disputas territoriales, siempre había ocasionado una gran fricción entre ambos territorios. La disputa no era algo nuevo. Muchas veces se había protestado por ello ante el conde de Castilla y el rey de León por los malos modos del mandatario de Villainocencio, pero era tierra de frontera y de lo que ocurría en ella se sabía muy poco.


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