PREPARATIVOS
Los siguientes días a la llegada de la carta del conde de Castilla fueron de preparación para la guerra. Todos los caballeros se entrenaban y combatían sin cesar, preparándose para el encuentro que se iba a producir con los andalusíes. Y no sólo los guerreros. También lo hacían los que aspiraban a serlo, Enrique y Rodrigo, junto con muchos jóvenes de su edad que se habían unido al acontecimiento. Muchos lo hacían por mejorar su posición económica, pensando incluso en el posible botín; otros por ansias de aventura o gloria; y otros por motivos religiosos.
Rodrigo apenas tenía tiempo ahora para ver a Blanca. Sólo un pequeño rato al día para disfrutar de su compañía.
Enrique no había vuelto a ver a Leonor desde el banquete. No estaba muy seguro de lo que estaba haciendo y a veces le daba la sensación de que su vida se hallaba perdida como un barco a la deriva en medio del mar.
Blanca, cuando supo la noticia de la guerra, intentó convencer a su padre de que él no fuese a la guerra porque era ya mayor para combatir. No sirvió de nada. Don Alfonso contestó con la testarudez que le caracterizaba.
– ¡Deja que me quite de encima este amargor que llevo dentro! ¡Ya verás si soy mayor o no para luchar! ¡Si es necesario iré hasta Córdoba y traeré la cabeza de Ben Amir en la punta de mi lanza!
Sancho, que estaba delante, se rió por lo bajo. El noble zamorano se dirigió luego a él.
– ¡Qué sabrá una mujer de la guerra! ¡Qué suerte tenéis que sólo tenéis hijos!
Blanca también pensó en Rodrigo. A veces pensaba que podía morir, pero hacía un esfuerzo para no pensar en ello. Prefería pensar que volvería lleno de gloria y se casaría con ella. Pensar en la guerra la horrorizaba. Tenía frecuentes pesadillas a consecuencia del horror vivido cuando atacaron su castillo.
Dentro de poco, los caballeros de San Miguel partirían a reunirse con el conde de Castilla, y los que aún no lo eran dentro de poco serían considerados como tales.
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Los siguientes días a la llegada de la carta del conde de Castilla fueron de preparación para la guerra. Todos los caballeros se entrenaban y combatían sin cesar, preparándose para el encuentro que se iba a producir con los andalusíes. Y no sólo los guerreros. También lo hacían los que aspiraban a serlo, Enrique y Rodrigo, junto con muchos jóvenes de su edad que se habían unido al acontecimiento. Muchos lo hacían por mejorar su posición económica, pensando incluso en el posible botín; otros por ansias de aventura o gloria; y otros por motivos religiosos.
Rodrigo apenas tenía tiempo ahora para ver a Blanca. Sólo un pequeño rato al día para disfrutar de su compañía.
Enrique no había vuelto a ver a Leonor desde el banquete. No estaba muy seguro de lo que estaba haciendo y a veces le daba la sensación de que su vida se hallaba perdida como un barco a la deriva en medio del mar.
Blanca, cuando supo la noticia de la guerra, intentó convencer a su padre de que él no fuese a la guerra porque era ya mayor para combatir. No sirvió de nada. Don Alfonso contestó con la testarudez que le caracterizaba.
– ¡Deja que me quite de encima este amargor que llevo dentro! ¡Ya verás si soy mayor o no para luchar! ¡Si es necesario iré hasta Córdoba y traeré la cabeza de Ben Amir en la punta de mi lanza!
Sancho, que estaba delante, se rió por lo bajo. El noble zamorano se dirigió luego a él.
– ¡Qué sabrá una mujer de la guerra! ¡Qué suerte tenéis que sólo tenéis hijos!
Blanca también pensó en Rodrigo. A veces pensaba que podía morir, pero hacía un esfuerzo para no pensar en ello. Prefería pensar que volvería lleno de gloria y se casaría con ella. Pensar en la guerra la horrorizaba. Tenía frecuentes pesadillas a consecuencia del horror vivido cuando atacaron su castillo.
Dentro de poco, los caballeros de San Miguel partirían a reunirse con el conde de Castilla, y los que aún no lo eran dentro de poco serían considerados como tales.
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